Los administradores de sistemas en general son personas inteligentes. Usted es inteligente. Yo soy inteligente. Todos somos inteligentes. Hemos alcanzado nuestra estatura a travez de la capacidad intelectual no de musculatura. Claro, nuestra buena apariencia ayuda, pero en el fondo es un trabajo de “cerebro”. En promedio la gente tiene una capacidad de memoria a corto plazo de siete cosas, mas o menos dos. ¿Qué pasa con el lector promedio de este libro? apuesto que está cerca de ocho, nueve o diablos, tú el de la última fila leyendo el cómic puede que seas tan alto como un diez (mas o menos tres).
Volviendo a mi lista personal de cosas por hacer, veo cerca de 20 cosas. Rayos. Son mucho mas de 10.
No hay manera de que pueda confiar a mi cerebro en recordar 20 cosas. Necesito un poco de almacenamiento externo. Igual que usted.
Espero que no se sienta insultado cuando digo “No confie en su cerebro”.
Yo no confío en el mío. Es por eso que escribo cada petición, cada vez. Si utilizo un PDA o un PAA cuando alguien me pide que haga algo, lo escribo. Esto se ha convertido en el mantra:
Anote culaquier solicitud, cada vez.
Mi cerebro se siente un poco insultado en esto de la falta de confianza. Cuando alguien me pide que haga algo mi cerebro empieza a gritar, “Lo recordaré, deja el PDA, Tom! confía en mi esta vez” Sin embargo toda la motivación que necesito para registrar la solicitud es remontarme a quellos momentos en los que he tenido que hacer frente a un cliente que estaba molesto porque no terminé su solicitud y decir la pobre excusa de “se me olvidó”.
En el Capítulo 2, Hablé de delegar, registrar o hacer. Cuando delegamos una tarea, no tenemos que registrarla, aunque a veces es aconsejable hacerlo para asegurarnos de que la solicitud sea llevada a cabo. (Somos, por así decirlo, guardianes de nuestros hermanos)
Además, si vamos a hacer la tarea, no tenemos que anotarla. Si alguien pregunta “Pásame la sal por favor” no lo escribo en mi lista de pendientes, “pasar la sal,” y luego la tacho de mi lista. Eso sería una tontería. Sin embargo, si alguien me pide que haga algo y digo “Claro, cuando termine lo que estoy haciendo”, entonces lo escribo. No confunda “cuando termine” con hacer algo inmediatamente. De hecho, para mi, la mayor tentación de no escribir algo es cuando pienso que lo voy a recordar porque es lo siguiente que tengo por hacer.
Nuestros pobres cerebros. Tan insultados por la sugerencia de que no pueden recordar todo. Sin embarjo, recuerde que en nuestro cerebro es también el lugar donde se mantiene nuestro ego. A veces nuestro ego sobrepasa su límite y sobrevende a su amigo el cerebro. Cuando se escuche a así mismo pensar “no necesito escribir esto” o “voy a hacer una excepción esta ocación, ¿cómo podría olvidar esto?” solo recuerde que este es su cerebro -tan gran como Texas- sobreprometiendo como un agente de ventas de Microsoft tratando de cumplir su cuota mensual.
Yo solía pensar que el cerebro es el órgano más maravilloso en mi cuerpo. Entonces me acordé de que me estaba diciendo esto.
Emo Philips
Si eso hace que su cerebro se sienta menos insultado, solo recuerde que al no saturarlo con aburridas listas de pendientes, estamos reservándolo para las tareas importantes. En el Capítulo 1, mencioné la historia acerca de Albert Einstein tratando de reservar la mayor cantidad de su cerebro para la física eliminando otras tareas, como decidir que ponerse cada día. Lay leyenda también dice que Einstein no memorizaba direcciónes o números telefónicos, incluso el suyo. Los mas importantes los escribia en un trozo de papel y los guardaba en su cartera a fin de utilizar la preciosa capacidad intelectual. Cuando alguien le preguntaba sobre su número telefónico les decía que está en el directorio telefónico y cortesmente les sugería que le hecharan un vistazo. Se como Einstein; reserve su cerebro para la administración de sistemas.
Si no tengo mi organizador conmigo cuando alguien hace una petición (esto suele ocurrir cuando estoy de camino al baño de hombres), soy muy directo y hago recaer la responsabilidad en el solicitante para que se asegure de que su petición quede registrada. Por ejemplo, le digo: “Dios, voy corriendo a una reunión y no quiero olvidar esta solicitud. ¿Podrías prometer enviar un correo electrónico a 'help' [que crea un ticket en nuestro sistema de seguimiento de solicitudes] que diga: 'Glenn. Necesito x-y-z. Pídele a Tom los detalles'”. Sé que tengo que poner la responsabilidad de recordar la solicitud en mi organizador o en la persona que hace la solicitud. Cualquier cosa menos mi cerebro.
No confío en mi cerebro para recordar cosas. En cambio, confío en el papel. Una vez que algo está escrito, está ahí. Si tengo una lista de 10 cosas por hacer en un papel, no tengo que preocuparme de que una pueda desaparecer. La tinta que desaparece es algo que sólo existe en los dibujos animados, y un perro nunca se ha comido mis deberes.
También confío en las PDA. Temo que una PDA se rompa o pierda mis datos de alguna manera, pero por eso, cuando uso una, se sincroniza con un servidor de archivos del que se hace una copia de seguridad. En comparación con el número de veces que mi cerebro se olvida de las cosas, las PDA son casi tan fiables como el papel.
Cuando las PDA eran nuevas y los modelos eran escasos, trabajé en un entorno que estandarizaba un modelo concreto. El equipo de administración del sistema configuraba la PDA para que se sincronizara con el directorio principal del usuario en el servidor de archivos. Así, los datos del usuario se respaldaban regularmente.
Cuando una PDA se rompía, teníamos una de repuesto. La poníamos en la base de sincronización de la persona y volvía a funcionar al instante. Como todo el mundo tenía la misma PDA, la persona se quedaba con la de repuesto mientras nosotros nos encargábamos de sustituir la unidad rota.
Esto era todo un lujo para los usuarios de PDA de nuestro grupo. Hoy en día hay más variedad en el hardware de las PDA, lo que hace más difícil prestar este servicio, pero todavía se puede aproximar con un poco de coordinación.